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El influjo de la luna despereza introspecciones, saltos existenciales hacia viejas lagunas sobre las cuales se reflejaron vida y romance con lo galáctico, lo mundanamente exquisito, lo cruel y aterrador, o simplemente lo desconocido.
Es en esa extraña y poco explorada membrana donde se puede erigir la morada más convincente del ser. Tan impermeable como se quiera; sitio de primaveras coloridas como ninguna que pudieran ver ojos, la tormenta moja pero no enfría allí.
Transmutar en infinitos, desterrar cualquier cosa. Embriagarse y no morir jamás, tal vez para dejar de lidiar con una inducción preliminar al destino individual, aquella que atrae en flujos inamovibles a hordas de almas, que, casi paralelas, se miran e, inertes también, avanzan.
O embriagarse, tal vez, para expulsar horizontes que no están, y que sólo son la contracara del mas vívido de los sueños, y como tal, ilimitado:
el amor.


tu amor.


mi amor.